Bajé, dándote el brazo, un millón de escaleras por lo menos
y ahora que no estás queda el vacío en cada uno de los escalones.
Aún así fue breve nuestro largo viaje.
El mío continúa todavía, y ya no me hacen falta
conexiones, reservas,
subterfugios, esas humillaciones del que cree
que lo real es eso que se ve.

Un millón de escaleras bajé dándote el brazo,
y no porque quizá con cuatro ojos se pueda ver mejor.
Bajé con vos porque sabía que de nosotros dos,
las únicas pupilas verdaderas, por más nubladas que estuviesen,
eran las tuyas.

Bajé dándote el brazo, de Eugenio Montale
     
(gracias, Maria Concetta)

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